Hace mes y medio que regresé a casa. Aún continúo acomodando ropa, franeleando libros, careteandola de hacendosa.
anteayer fue el cumpleaños de Verito, a la vuelta, llena de esa energía mogólica que te proporciona el alcohol, propuse avanzar con mi prolífica limpieza - casi dos meses para un depto de dos ambientes- subiendo al placard de arriba unas cajas de un metro por un metro estacionadas en mi pasillo desde el momento en que pensé que un día bastaría para dejar todo pipí cucú.
Cuando la noche se disponía a terminar con los bultos fuera del camino, decidì, repentinamente, pasar antes el escobillón por la cocina, para avanzar alguito más, si estoy re pilas. El susodicho me miraba desde el baño, y entre el baño y yo, la majestuosa caja. La proximidad a las Olimpiadas me motiva a hacer cosas que en mi puta vida haría, como intentar tomar impulso y saltar una caja de un metro de alto, solo para demostrarme que tengo la vitalidad de Ben Johnson.
No solo que me comí la caja de una, sino que además pegué la rodilla contra el marco de la puerta del cuarto.
El sonido, sí, fue impetuoso.
La vieja puta de abajo me golpeó la persiana envalentonada por la hora, porque si hay algo que la vieja hace con culpa es golpear la persiana a las 4 de la tarde., no así a las 4am.
- ¡Me caí, señora, me caí!
hoy recibo una carta de la adminitración. Resalto: existen horarios en los que se debe observar silencio, no obstante también es cierto, deben existir cuidado sobre las actividades que se realizan dentro de las unidades de vivienda.
miro mi moretón del tamaño de una papa y le hablo antes de acostarme: que se cuide la vieja de cruzarnos en el ascensor.
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