jueves

perdió las almohadas

Caminábamos hacia la rotisería de Velazco y J.B.Justo alrededor de las 3 am. Cabía la posibilidad, o no, no cabía, de que nos quisieran atender. La idea se volvía poderosa a medida que él avanzaba en su relato de que semana atrás había comprado en el lugar una tarta personal para llevar y al paquete se le había sumado una empanada sin cargo alguno. Siendo ésto así los dueños del lugar manejaban una muy buena energía y nos atenderían sopesar de la hora pero también coexistía la idea de que el cajero no se hubiese percatado del error del cocinero y en realidad esa empanada no hubiera sido cobrada por simple desconocimiento, y la misma gentileza inexistente tampoco nos preparía en ese momento un sándwich de milanesa completo.
No solo nos hicieron el sándwich con la mejor de las sonrisas, sino que además nos regalaron una empanada de pollo. Y el caso dejó de ser un hecho aislado para convertirse en la rotisería de las buenas noticias. De vuelta a su casa decidimos prender fuego un par de libros en la terraza a la luz de luna. Él habiendo ya evaluado el contenido de ambos libros consideraba el fuego como el final más noble para ambos fracasos editoriales. Subimos, armamos el fuego, nos encendimos un pucho. Hablamos mucho, nos quedamos callados mucho, pero con él el silencio siempre es un lugar cómodo donde quedarse parado.
Bajamos, hablamos de Hemingway, su prefacio y nuestra inmovilidad. De mi papá, de su mamá y de la chica que duerme en el cuarto de arriba. Leímos Asís, nos reímos con él y de su personaje ¨cojetodo¨. Hablé de Feinmann, discutimos por Feinmann. Le hablé de planes, me contó sus planes. Que yo me voy, que él se queda, que yo lo espere, que yo no espero, que las pizzas, que mi departamento, y la inconstancia roedora.
Una cerveza, unos mates y a la cama.
Hoy despertamos, nos peinamos, y despedimos al llegar a la esquina.


Y ésto también me encanta.

(y perdió las almohadas)

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