lunes
Respiración artificial
"Escucho una música y no la puedo tocar, decía, creo, Coleman Hawkins. Escucho una música y no la puedo tocar: no conozco mejor síntesis del estado en el que estoy. Sé bien de qué se trata, podemos decir que en un sentido escucho, a ratos, esa música, pero cuando empiezo a escribir, lo que sale es siempre el mismo barro crudo en el que ningún sonido se anuncia. Ayer, cuando la cosa se había puesto demasiado pesada, bajé a la calle y me quedé un rato mirando trabajar a unos tipos de Obras Sanitarias (o de Gas del Estado) que hacían un túnel en medio de la noche; los tipos laburaban cavando ese túnel y yo me crucé enfrente hasta el bar Ramos y pedí una cerveza y una ginebra doble porque esa mezcla es el recurso recomendado por Dickens a quienes están a punto de suicidarse. No porque yo hubiera decidido suicidarme o algo por el estilo, sino porque me gustaba esa idea: pensar que era un suicida que camina (se desliza, mejor) por la ciudad en la madrugada mientras unos tipos cavan un túnel en medio de la noche, alumbrados por los focos amarillos de las lámparas; todo eso me parecía (como cuando tenía 18 años) una aventura. ¿No era eso una aventura? ¿Una de esas aventuras que yo había tenido, sin buscarlas, cuando tenía 18 años? ¿A esta desesperación habían qudado reducidas mis aventuras? Entonces entré en el bar Ramos, que a esa hora estaba casi vacío, salvo una mesa donde unos tipos más o menos borrachos acompañaban a unas coperas del Bajo. Se trataba de una especia de festejo o acontecimiento privado y lo encaraban con solemnidad. Sobre todo uno de ellos, vestido con un traje cruzado y corbata lavalllière, el pelo teñido de un color arratonado, que de pie y en medio de una leve oscilación que lo obligaba a sostenerse con una mano del respaldo de la silla tratando de mantener la dignidad, levantó la copa para decir un discurso o hacer un brindis por una de las damas presentes (la señorita Giselle) que por lo visto esa noche festejaba su cumpleaños o algún aniversario parecido. "Alzo la copa y brindo", decía el curda, "por la flor que engalana esta petite fête, la hermosa señorita Giselle, porque en ella las primaveras de la vida que se han sucedido a través de los años, porque en ella las primaveras se van uniendo, se van uniendo en ella las primaveras" (hablaba medio en verso) "hasta convertir en un ramo de rosas los años fragantes de su vida. Brindo por ella", dijo el curda, "y no por nosotros o por mí, para quienes los años son como el anuncio de la muerte, como la espada de Temístocles que pende sobre nuestros corazones" (dijo la espada de Temístocles, ¿no es maravilloso?). Después de lo cual todos los curdas y las damas aplaudieron y la señorita Giselle atravesó su suerpo vestido de raso sobre la mesa para abrazarlo mientras le decía "Gracias, Marquitos. Gracias, mi querido, estoy tan emocionada, sos el artista al que las chicas siempre vamos a querer". Y le dio un beso y todos estaban emocionados y Giselle volvió a sentarse, pero Marquitos siguió de pie, sosteniéndose con suma dignidad del borde de la silla para no oscilar de un modo demasiado ostentoso y entonces empezó otra vez a decir el mismo discurso. "Quiero brindar y alzo esta copa nuevamente", dijo, "Quiero volver a brindar y alzo esta copa porque yo también estoy hondamente emocionado en esta noche inolvidable", y se pasó el revés de la mano por los ojos, "hondamente emocionado y brindo", dijo Marquitos, "por las damas y los amigos aqué presentes y en especial", dijo, y se detuvo un instante, "en especial". En especial sería bueno que la terminaras, finishela con el brindis Marcos, le dijo uno de los tipos y Marcos se dio vuelta con suma lentitud hasta quedar de cara a la señorita Giselle, saludó con una inclinación leve y se sentó con mucho cuidado otra vez en la mesa, también él como un artista imcomprendido que escucha una música y no la puede tocar, mientras yo terminaba de tomar la cerveza mezclada con ginebra siguiendo el consejo del novelista inglés Charles Dickens y en ese momento, con los tipos que afuera seguían cavando el túnel bajo la luz amarilla, me puse a pensar en el cuadro de Frans Hals: Si yo mismo fuera el invierno sombrío."
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1 comentario:
lindo, lindo, lindo!
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