Lo único que recuerdo con extrema lucidez es el momento en que me separé de ellos, entré en mi cuarto, me acosté, y me dije que nunca más tomaría cocaína, que nunca más vendería, y que aquella era la última que vez que hacía algo que no quería.
Epílogo
La ingenuidad o la idiotez no conocen límite hasta el momento en que antes de morir pensamos que nos espera algo mejor y nos vemos obligados a renunciar de una vez por todas a todas las cosas que no queremos y a las pocas que sí.
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